sábado, 22 de enero de 2011

Exacto

Orinaba en el baño de los chicos como de costumbre en un acto de rebeldía hacia todos los comentarios que me comparan con el género masculino y de repente los latidos de mi corazón comenzaron a acelerarse vertiginosamente.

Una especie de neblina se apoderó de mi menudo y maltratado cuerpo.

Sí, pasó exactamente así. De repente estaba perdida dentro de una nube.
Me asusté. Comencé a sufrir sudores fríos y ganas de vomitar.

Histeria
Sentí en seguida que debía salir corriendo.
Correr tan lejos como hiciera falta.
Huir. Exacto, sentí que debía huir.

Experimenté algo cercano a la muerte. Quizás era la muerte que vino a avisarme.

Intenté tranquilizarme y no sabía cómo. Intenté controlar mis pensamientos y no sabía cómo. Las sensaciones, los sentimientos que ella provoca en mí me están aturdiendo.

Y pensé en su mirada, pensé en esa sonrisa que ilumina su mirada. Pensé en sus dedos.
Durante unos segundos pensé que ahora que sé que existe, nada puede ser tan malo.

Y entonces caí en la cuenta, mi corazón ha caído en la tentación.
Me fijé en sus dedos hace unos días. Estoy completamente segura de que si toco esas manos me
electrocutaré de amor. Y me fijé también en sus dientes. En un sueño húmedo jugaba con ellos con mi lengua.

Y ahora noto como mi corazón se parte en pedazos. Se expone al sufrimiento de un desamor.
“Otra vez no” me suplica, pero no puedo hacerle caso.


No puede ser.
No, me niego. Me niego.

Me gusta amarla. Adoro observarla. Sentir las terribles ganas de tocarla, de cogerle la mandíbula para besarla.

Desde el palco. No me hace falta tocarla.
Me basta con desearla. Con mirarla.
Y con dar vueltas en mi cama pensando en ella hasta conseguir conciliar el sueño,
Y levantarme por la mañana deprimida con ganas de verla. Otra vez.

Tengo que ir al trabajo y no me apetece. Me quedaría en la cama.
Y mientras tanto dejaría que mi descontrol mental me incitara a jugar con el inefable poder de mis fantasías. Y es que mi mente dibuja una imagen; somos ella y yo paseando en un parque.
Y nos besamos. Y hay mariposas volando alrededor y gente mirándonos con una cara que refleja pensamientos parecidos a “pero qué patéticos pueden llegar a ser los enamorados”. Pero a nosotras nos da igual.

Es tan dulce, es tan poderosa.

Puede conmigo.



Cuando algo se vuelve inevitable, la idea del suicidio con cianuro, no me resulta tan mala.



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