domingo, 30 de enero de 2011

Lo más inteligente sería ir a emborracharme

Me encuentro en esa cafetería que ponen un café malísimo y como siempre, tomando un café malísimo. Y apareces de repente y siento una especie de punzada en mi fuero interno.

Tú pelo se me antoja un mar de oleaje bravo del color de bronce. Tú pelo es un mar justo cuando apenas se pueden vislumbrar los últimos rayos de sol y una luz tenue ilumina el horizonte. Es un mar al atardecer. Un mar plácido en un atardecer ocre.

Tu pelo presagia la noche .Una noche que viene con nubes grises que me impiden ver las estrellas. Y a veces puedo ver la luna dándome miedo entre las tinieblas de la oscuridad. Asoma y parece que me observa con cara de cabreada, como diciéndome que me quite de su mirada.

Y es entonces cuando me doy cuenta de que me das la espalda. Y ¡Bum! Se acaba la historia y caigo desde las inescrutables alturas de mis pensamientos más inverosímiles a este suelo lleno de grietas y piedras del tamaño de mis puños que la gente común llama realidad. Y duele, digo que si duele.

Y miro a mi alrededor y sólo hay gente que habla con gente. Y me hago partícipe de mi soledad. Y aquí, sentada, observando tu pelo y tu espalda y tú, mientras, ajena a mi presencia, hablas no se qué con no sé quién. En estos instantes me doy cuenta de que sólo me importa tu pelo.

Y decido gritarte. Te grito en silencio con la vaga esperanza de que puedas escucharme. Porque grito tan fuerte que por unos segundos encuentro imposible que no puedas oírme. Te grito desde el silencio de mi amor por ti. Un silencio amargo lleno de amor que me causa náuseas por la mera razón de verme envuelta en esta absurdidad sin horizonte. Una absurdidad sin principio ni fin. Nada.

 Ahora soy pura energía que vibra al son de la música que reproduce el blablablá de todas las personas que me rodean, entre ellas tú.Sólo quiero que me mires para deleitarme con la luz que tu sonrisa desprende. Una luz que me incita a dejar de respirar voluntariamente. Una luz que me invita al suicidio.

 Tú no vas a tocarme ¡Es injusto! Pienso.

¡Qué me mires! Te grito.

 Que me mires, que sepas que existo. Que sepas que mi existencia depende de ti, que mi existencia depende de un hilo tan fino y tan pequeño como la remota posibilidad de mojar mis labios con tu saliva ¡Qué me voy a morir! ¡Qué me voy a matar!


Afortunadamente existen los amigos que siempre están borrachos y se alegran cuando te ven entrar en el bar. Por unos instantes me hacen sentirme querida, aunque de antemano sé que es la drogas que galopa por sus venas el motivo que los hacen tan entusiastas.  Pero me da igual, por unos instantes me siento menos sola y tú dejas de importar efímeramente.

Y decido meterme una rallas, tomarme unas cervezas porque así dejas de existir hasta la mañana siguiente.



Me voy a levantar de esta silla, -me entran ganas de estrellar este puto café contra el suelo -y me voy a ir en busca de mis amigos los borrachos a esos bares de mi barrio.

Hasta mañana amada mía. Muy pronto te voy a componer una canción.

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